Ecuador: El Nacimiento de una Nueva Nación

Aunque los conquistadores españoles liderados por Francisco Pizarro descubrieron, a principios del siglo XVI, tanto la tierra a lo largo de gran parte de la región occidental de América del Sur como el territorio al que hoy se conoce como Ecuador, el área no había recibido demasiada atención, ya que carecía de los valiosos recursos del oro y la plata. No obstante, en 1534 se fundó la capital actual del Ecuador, Quito, en el sitio donde se asentaba una población inca más antigua, que llevaba el mismo nombre.

La caída del Imperio incaico vio a España erigirse como la potencia dominante de la región. Durante gran parte de los tres siglos siguientes, el Ecuador permaneció, por decirlo así, como una provincia inactiva del imperio español en el Nuevo Mundo, hasta que fue alcanzado por los vientos de cambio que soplaban a través de América Latina a principios del siglo XIX.

En 1822, Antonio José de Sucre, un teniente del afamado libertador sudamericano Simón Bolívar, combatió en una serie de batallas consecutivas contra las fuerzas monárquicas españolas, que culminaron en la derrota de estas últimas en la batalla de Pichincha. El Ecuador, junto con Colombia y Venezuela, se transformaron en parte de un estado más grande, denominado Gran Colombia. Sin embargo, el nuevo país era inestable y se disolvió en 1830. Por vez primera, el Ecuador se valió por sí mismo como una nación verdaderamente independiente.

La independencia no ha sido un sendero fácil de recorrer para el Ecuador. La rivalidad entre su capital conservadora, Quito, y la liberal Guayaquil, la segunda ciudad en importancia, ha sido muy intensa y prolongada.

La inestabilidad política también plagó la nación y su resultado fueron frecuentes intentos de sedición y magnicidios políticos hasta bien avanzado el siglo XX. 1979 fue un año fundamental para el Ecuador, puesto que las elecciones, relativamente libres y justas, dieron lugar a la conformación de un régimen democrático. Desde entonces, los políticos ecuatorianos han sido enérgicos aunque contenidos, en comparación con épocas pasadas, y una serie de elecciones libres han confirmado el deseo popular de vivir en democracia.