El Ecuador: cazadores de cabezas en la selva

En el interior de la selva tropical que se extiende a lo largo de la parte oriental del Ecuador y parte del Perú, vive una tribu conocida como los jíbaros. Estos temibles guerreros se encontraban entre uno de los pocos grupos tribales en el mundo que resistieron con éxito la conquista y colonización de las fuerzas europeas. Se sabía que había oro en las tierras de los jíbaros y, a fines del siglo XVI, la administración española fundó un pueblo en territorio jíbaro que funcionaba como base de las expediciones de minería áurica. El gobernador de la región era cruel y codicioso, y estableció un impuesto de valores prohibitivos sobre el comercio de oro a todos los jíbaros que caían bajo su esfera de poder. Esto pronto incitó una revuelta, en la que murieron hasta 25.000 personas que vivían en el pueblo de Logroño. El gobernador fue capturado por los jíbaros, que vertieron oro fundido en su boca hasta que murió (algo que uno daría por sentado con prontitud). Las leyendas cuentan que los jíbaros se mofaban de él al preguntarle: «¿Ya tienes tu hartura de oro?»

Los jíbaros, al menos cuando se los provocaba, obviamente no eran gente tierna. Su sociedad giraba en torno a las guerras con las tribus vecinas y clanes dentro de su propia tribu. Estas batallas no se libraban para apoderarse de territorio o botines; en cambio, las recompensas eran las cabezas del enemigo. Se creía que tomar la cabeza del enemigo de uno era tomar su poder y añadirlo al propio; cuantas más cabezas se cortaran, más poder se acumularía. Los jíbaros se diferenciaban de otras tribus y sociedades que decapitaban a sus enemigos en el modo en el que trataban las cabezas. En el caso de los jíbaros, ¡las reducían!

Quizá sea mejor que aquellos que son impresionables no prosigan con la lectura… Una vez separada del cuerpo, se practicaba una ranura en la parte posterior de la cabeza capturada y se retiraba el cráneo. Se cosían los labios y ojos para que quedasen cerrados. Con esto listo, se hierve la cabeza en una solución de hierbas que comienza el proceso de reducción y fija el cabello de manera que no se caiga. Tras varias horas, se encoge aún más la cabeza, casi al tamaño de una pelota de béisbol, mediante su rellenado con piedras calientes, luego arena, luego piedras calientes nuevamente y así sucesivamente hasta que la cabeza tenga el tamaño deseado. Luego se la cuelga sobre un fuego humeante hasta que la piel se oscurezca. El paso final es un pulido leve con ceniza de madera, tras lo cual el guerrero que capturó la cabeza la lleva para mostrarla como si fuese un trofeo.

La mayoría de las personas no tienen conocimiento de que el ritual de reducir cabezas se practicaba en el Ecuador durante los tiempos civilizados, y esto puede deberse tanto al aislamiento como a la inaccesibilidad de la región del bosque en la que viven los jíbaros como también a la hostilidad de la tribu respecto de los intrusos. Sin embargo, el ritual de reducir cabezas, tal como lo practican los jíbaros, es complejo y fue formalizado con el correr de un sinnúmero de generaciones hasta que los gobiernos contemporáneos del Ecuador y del Perú lo declararon ilegal.